PARA
EL AMIGO AUSENTE
Hoy estuve esperando
tu llamada que no llegó. Hoy estuve recordando lo que hubiera sido recibir tu
llamada si no te hubieras ido, pero la realidad es contundente, no estás.
Quién sabe, como las veces pasadas me hubieras llamado para decirme “Curito” te
estoy llamando para que me saludes. Y sin duda nos hubiéramos cagado de risa de
la vida, de nuestras arrugas, de los años, de las canas, de nuestras tragedias, de nuestras risas, de
los amigos, en fin.
En el patio
trasero de los “Libios” construyendo aquel castillo de fuegos de artificio de
fósforos amarrados con pabilo mojado en una latita de kerosene y paquetitos de
azufre junto a los pocos amigos que éramos, porque casi todos se habían ido a
Lima. Los fósforos provenían de la tienda de mi papá, el azufre de la tienda de
tu papá, el pabilo y el kerosene de la tienda de los “Libios”. Los que no
tenían tienda de donde hurtar los “ingredientes” para el castillo, traían el
carrizo en los que se iban instalando pacientemente los fósforos, los paquetitos
de azufre para encenderlos y disfrutar de ese precario castillo después de la
corrida de toros con los feroces toros a los que el “Ismu” controlaba con la
cuerda, amarre de los cerdos liberados para ese fin. Eran días posteriores a la
fiesta patronal en la que replicábamos en nuestra mente infantil al máximo de
todo aquello que sucediera en Chacas.
Nuestro
universo que era Chacas y todo cuanto se
produjera en él, se replicaba luego como en una maqueta. En aquel patio trasero
de la casa doña Celinda, que a veces nos increpaba por el desorden que
producíamos en su no tan apacible corral de cerdos.
Llegaban los
carnavales a Chacas y en el traspatio también se erigía un madero de sauco,
orlado con serpentinas, talco, escazas frutas; pero, en el patio trasero
también tenía su chiwalo.
Luego llegó a
nuestras vidas ese periodo en el que espíritu angustioso y enmarañado se
apodera de cuanto nos sucede. Entonces empezaron los bailes, empezaron a tomar
vida las chicas. Por ese embelesamiento que producen las mujeres alguien se
cayó del muro de don “Mañumariluz” de tanto mirar a las nietas.
Empezaron las
“janaras” como dijera un día el chino Jorge, un día como hoy en la sala grande
de la antigua casa de tus abuelos. Teníamos que empaquetar quién sabe un jaboncillo
o tal vez un par de docenas de caramelos para obsequiarnos como regalo de
cumpleaños. Después vinieron las fiestas en la casa del “Barrio Alto” como te
gustaba llamarlo, barrio donde vivian los “Moishes” también,
en aquella casita que hubieras querido que fuera de resipol. En ella se
reunían la crema y nata de la belleza que inspiraba decir “Chacas que lindura”.
En ella al son de una cumbia, talvez “Cariñito”, torneando los brazos de manera
sincronizada, o un zapateo de un anodino huayno o quién sabe de un ritmo loco
de “The Queen and Revolution” empezábamos a cortejar a aquellas chiquillas en
quiénes también empezaba a despertar ese no sé qué las inquieta.
De esa época,
como no recordar que enfundado en un poncho habano mientras intentabas
deslizarte por la ventana de la casa de la gordita que quitaba tus sueños, te
atascaste entre los barrotes de fierro de la ventana y tuvimos que jalarte de
los pies y a duras penas liberarte pero el pánico ya había cundido entre la
vecindad del frente. Cómo olvidar que el día de tu “matri” esa misma chiquilla
la de la ventana, acompañada de un joven delgado espigado y barbón salía a
contemplar la hermosa luna; fue sorprendida por la madre de esta en la puerta,
y el joven no tuvo otra alternativa que pedir permiso: “Señora, puedo salir con
su hija a dar un paseo” a lo que la vieja media ebria replicó: “Anda no más,
barbón de mierda.”
Como olvidar tu sencillez, tu
fidelidad a todo, tu pasión por Chacas y tus amigos, tu amor por tus padres, tu
mujer, tus hijos; como olvidar que se te iba la babita por tus nietos, tu
vocación de imitador. Tu increíble paciencia para escuchar y no amargarte ante
nada.
Hoy no me has
llamado, “hoy estoy en el poyo de la casa, donde nos haces una falta sin fondo”
como diría Vallejo, tal vez sería pertinente agregar que hoy también te estamos
esperando con un vaso de chela Pilsen helada en algún patio de una casa antigua
esperando tu sonrisa franca, entrando con una anécdota entre manos y un abrazo
fuerte en ciernes.
Feliz
cumpleaños Coñito. No te hemos olvidado, sigues viviendo entre
nosotros. Solo has cambiado la forma de existir.