jueves, 11 de agosto de 2016

PARA COÑITO, IN MEMORIAM - "APREMIOS DE PELUQUERÍA."

APREMIOS DE PELUQUERÍA.


"Quien vive en el recuerdo de los demás nunca muere"

Por Manuel Roca Falcón.

El viernes 22 de julio mientras viajaba rumbo a Lima, a través del Whatsapp iba conversando con Coñi quien siempre encontraba el humor en cualquier lado de la vida y lo usaba como  mejunje de la amistad y en esa conversación me contó de casualidad parte de este relato que yo andaba buscando para cumplir el compromiso con los editores de "El Pregonero" de escribir un artículo.  Cuando le dije que había encontrado el argumento de mi próximo artículo;  en son de broma y, presumo, premonitoriamente me dijo: “Ni lo publiques, soy hombre muerto”, haciendo alusión a que Yango, su cuñado, protagonista de la anécdota  le encararía que me hubiera contado.

Coñito: amigo, hermano, compañero de tantas aventuras para tener la memoria viva de tu recuerdo, para que donde estés no pierdas la costumbre de reír te cuento esta anécdota que me contaste, y no me reclames: “Curito, ¡escribe pe!, que queremos matarnos de risa”.

(Ver el vídeo)


Uno de los momentos de la vida más vacíos, soporíferos e inactivos debe ser aquel en que te sientas en una poltrona de peluquería. Y si sobre ello se agrega el roce deliberado de la palma de la mano del peluquero sobre tu rostro o alguna parte sensible de tu cuerpo el suplicio se acrecienta, salvo que quien te esquilme la melena sea una fémina de buen talle; entonces sí, sentir la proximidad de sus pezones sobre tu rostro, aun cuando la blusa nos separe de su contacto, prontamente te pasma de entusiasmo.

Un día Pepelucho concertó una cita con un par de jóvenes peluqueras que de buen talle no estaban lejos de la perfección; pechos turgentes, muslos torneados, ojos juguetones y cintura hechicera hasta por  el trasluz  de sus ceñidas blusas. La cita fue concertada en la peluquería “Las Rositas” para después de una larga jornada de esquilaje apremiante y de sábado febril. Pepelucho llegó puntual, peinadito después de un laborioso trabajo de sometimiento  de sus rebeldes mechones que se resistían a la orientación que intentaba delinear el peine con la ayuda de un suavizador aceite de almendras para bebés. Su rostro obscuro, su mirada ingenua y su sonrisa ansiosa de apremios no satisfechos ingresaron por el postigo abierto al medio de una puerta metálica desenrollada debajo de un anuncio luminoso de neón con dos rositas en los extremos. En una mano la sonrisa ansiosa llevaba una bolsa de supermercados con media docena de botellas de ron y en la otra mano el sudor irrefrenable de un deseo reprimido. Saludó a las chicas con un beso en la mejilla y un lacónico “hola”.  Al rato las botellas fueron una a una destapadas y escanciadas en copas dispuestas entre los frascos de talco, cremas y otros cacharros en una de las mesitas de la peluquería. Después de un largo trajinar de las copas y cuando sintió el vaho del licor subir desde los dobleces de su estómago hasta los aledaños de su cabeza entró en la cuenta que su metas afrodisiacas tendrían que ser postergadas, pues pronto quedó postrado ebrio de amor, deseo y alcohol sobre el sillón de peluquería. Las chicas mientras tanto apenas achispadas por las copas de ron, en su intento de agradecer a tanto galanteo y atenciones de su amigo  Pepelucho pensaron que tal vez a ese rostro moreno  le iría a la perfección un enrulado a lo Africa Look. Presurosas le pusieron los rulos, los bigudíes, los químicos ondulantes, el gorro térmico y esperaron los resultados de su trabajo casi hasta el amanecer. Cuando al día siguiente Pepelucho despertó   y se vio en el espejo se asustó tanto de su nuevo look que se escapó hasta Acochaca, su tierra natal, para que nadie lo viera. Cuando transpuso el viejo portón de la casa , Cori sorprendida no dejaba de decir: “yu?”, “yu?”, “yu?”,…

No muy lejos ni en el tiempo ni en el espacio, Robin entró  a la peluquería donde era parroquiano habitual. Solicitó al estilista de su preferencia que le alisara el rubio cabello que  había crecido desmesuradamente y que distorsionaba su cuidado y deliberado porte de militar. Se sentó en la poltrona rosada del centro de estética “Yensi Coffiure”, el estilista empezó su trabajo poniéndole la capa de corte rosándole el cuello con sus delicados dedos lo que le produjo cierto escalofrío lacerante. Mientras Robin ojeaba una revista de modas Yensi, el estilista, ejecutaba su trabajo tarareando entre dientes una canción de moda. A Robin le pareció que inhabitualmente Yensi esta vez se demoraba mucho para concluir un corte que siempre había sido relativamente sencillo; sin embargo, esperó pacientemente mientras escuchaba bisbisear el ritmo anodino que el estilista ensayaba. Tuvo que soportar el roce de sus dedos, por momentos algún jalón de cabellos, la gélida punta de una tijera y eventualmente, sobre su nuca, el frio y la humedad de un  pulverizado líquido fragante que salía de un chisguete. Cuando finalmente Yensi empezó a desabrochar la capa de corte y a pasar sobre sus hombros y cuello el cepillo de talco sintió alivio; pues, era el anuncio de que el corte iba concluyendo. Finalmente el peluquero haciendo una pirueta de valet le puso un espejo al frente anunciándole: “¡Mira esta obra de arte!”. En el espejo se proyectó una imagen que no encajaba en su memoria, era su rostro pero con cabellos ensortijados, hasta cierto punto era una imagen híbrida,   la suya  y la  de su mamá. Recién cayó en la cuenta entonces que la demora obedecía a que Yensi  se había afanado en ensortijar sus rebeldes cabellos rubios  teutones. Una vez repuesto de la impresión inicial se enfureció y exigió  al estilista: “Córtame carajo”; pero, el estilista no podía estropear su obra maestra así que se negó. A los pocos minutos la obra de arte caía entre los dientes romos de una vieja y oxidada máquina de peluquear de un antiguo peluquero.


martes, 2 de agosto de 2016

CANNABIS SATIVA.

CANNABIS SATIVA.


Para mi entrañable amigo, Coñi Aguire; con el único afán de seguir cagandonos de risa.

Una tarde cuando el sol se ocultaba entre los empinados cerros cubiertos de nieve, el “Che” acababa de lanzar las ultimas bocanadas de humo de su pitillo de mariguana. En esas circunstancias, abruptamente, su  embelesamiento  de pavesas de humo  fue interrumpido por unos golpes en la puerta de entrada de la primera planta de la casa. Con el cabello enmarañado  y la barba larga traspuso su cabeza por el hueco de la ventana y vio al flaco Waldo. Waldo levantó la vista y las miradas se encontraron traduciéndose en una señal de visita. “Habla huevón”, dijo el “Che”;  “Acá pues vengo a hacer hora”  dijo Waldo.  “En un toque bajo” replicó  el “Che” y bajó a abrir le la puerta a su entrañable amigo.
Se sentaron en los muebles dispuestos en la sala y se pusieron a charlar  durante largo rato de cómo les iba en la universidad,   de bonsáis, de minerales,  y no cayeron en la cuenta que aun cuando la charla estaba aburrida había pasado ya un buen tiempo; hasta que el “Che” propuso llamar a Lewis, Reynaldo y otros amigos para hacer más llevadera la tarde. La tecnología y las ganas de reencontrase entre paisanos en una ciudad foránea hacían esa maravilla de reunir a los amigos. Dentro de poco, mientras la charla empezaba a desfallecer, empezaron a aparecer los amigos. Primero llego Aldo flamante ingeniero, con una bolsa de supermercado donde tintineaban unas botellas de algún licor que hizo a más de uno evocar algún recuerdo vomitivo. Dejando la bolsa en el piso de la sala dio a cada uno un esforzado abrazo para restañar la distancia y el tiempo, luego se dio a recorrer la sala viendo las fotos en blanco y negro pegadas en las paredes cubiertas de yeso de la sala.
La algarabía del encuentro se tradujo en copas de ron con Cocacola que iban y venían trazando rutas geométricas de ángulos agudos entre la boca  y la mano mientras recordaban   vivencias de la secundaria y los maestros que habían jodido durante la época de escolar. El “Che” se emocionó tanto que no pudo contener su emoción sino sacando un paquete de “yerba” de una vieja cajuela de  metal que un día envasaba algún confite. Arrancó una hoja  del Deuteronomio de una vieja Biblia que tenía a su alcance  y con una porción de mariguana de su paquete empezó  a enrollar un cigarrillo que lo coronó con una línea de saliva con la punta de la lengua sobre el papel para sellarlo; y finalmente  para destacar lo recordado dijo: “¡Qué loco huevón!”.
El pitillo fue transitando como una herida inestable de la tenue penumbra, preparada intencionalmente para emular un ambiente mágico,  sostenido a ratos entre los dedos y  los labios de los concurrentes. Mientras el “Che” iba instruyendo como retener el humo sagrado de la yerba para que hiciera efecto en las mentes vírgenes de los novicios. Luego de unos momentos algunos cantaban en inglés “Yesterday” de los Beatles, otros quedaron con los ojos mirando al infinito, otros se tiraron al piso emulando a Cristo en Getsemaní y oraban ardientemente, mientras “El Poeta” Joshua recitaba cinco metros de versos endecasílabos. Solo Ronaldiño entró en trance casi diabólico que se iba incrementando conforme pasaban los minutos. Botaba babas, se contorsionaba como un poseído mientras el “Che” trataba de calmarlo diciendo: “Vamo a calmarno, Diño”.
El trance de endemoniamiento en que entró Ronaldiño extrajo a todos de su propio trance y los preocupó porque no había quien y ni nada que pudiera calmarlo. Entonces  el “Che”  en su desesperación dijo: “Pónganle la Biblia en el pecho y recemos carajo”. Entonces el poseso del humo empezó a hablar idiomas desconocidos, a hablar en reversa y botar babas verdes que asustó aún más a los contertulios. En eso entró a la sala, con cierto apuro, la hermana del “Che” y viendo al poseso en ese trance expresó: “Ronaldiño pórtate bien carajo”;  y entonces el  energúmeno como si hubiera oído a la Virgen María se calmó en el acto; sin embargo, apenas la joven se retiró luego de sacar algo de su dormitorio, nuevamente empezaron las contracciones, las babas y los idiomas desconocidos.
Luego de muchas oraciones, agua ligeramente bendita sobre el poseso y unas biblias más sobre el pecho; los vómitos calmaron. El poseso pudo ser exorcizado mientras los concurrentes iban saliendo del sahumerio; así, el gringo Lewis cogido del brazo por “El Poeta” bajaba los peldaños diciendo “¡Que bestia, que altura carajo!” sobredimensionando en su ensueño los peldaños de la escalera.