“Los
límites de mi lenguaje son los límites de mi mente.”- Ludwig
Wittgenstein
Mucho tiempo hace,
treinta años quizás, cuando salía uno de
las escazas y estrechas calles de Chacas y confluía en un estrecho camino
flanqueado por puntiagudas hojas en cuyos bordes podía uno observar, con temor, una
hilera de torvas espinas que remataban su ascenso en una mayor que señalaba el
cielo. Entre estas desafiantes hojas a
menudo presurosas se ocultaban lagartijas y salamandras poniéndose a buen
recaudo de la amenazante presencia humana. Claro, muchas de ellas murieron
entre retortijones de dolor, devoradas sobre un nido de hormigas voraces
gracias a las perversas manos de algún
crío protervo. Estas eran las pencas, que por doquier prosperaban en la
periferia de Chacas, habitáculo de alimañas
y bichos. En esas hojas de uso público cualquiera podía quebrar una
espina para herir a la gente escribiendo a su gusto teoremas y dicterios de
diversa laya.
Desde noticias de
furtivos romances hasta inculpaciones mayores eran el argumento de la narrativa
secreta de la injuria y el odio. Nada está escrito para siempre, salvo para
quien lo lea, pues esos viejos pergaminos,
enseres del antiguo e infame oficio de
la injuria fueron cediendo al
crecimiento lento e incesante del pequeño pueblo que era Chacas. Quien no haya
herido una hoja de penca con un punzó hecho de la misma espina en su vano intento de perennizar un furtivo
amor dibujando con trazos temblorosos un corazón flechado con las iniciales de
su nombre y la manceba, no puede decirse chacasino.
Sucede que los
conjuros y los hábitos de la gente con relación a los otros casí no ha
cambiado; solo, ha cambiado la tecnología. Así hemos pasado del papiro que era
para nosotros de la penca, a las redes sociales. Es decir las redes sociales de
nuestro pueblo eran las indefensas pencas - a pesar de sus gruesas espinas- que
hacían de precarios "muros", "coveres" y otros rudimentos tecnológicos. De modo que
con toda certeza podemos decir que el Facebook lo inventamos nosotros en las
pencas que circundaban Jirca y Pirushtu, cuando pregonábamos el romance de
alguien con la vecinita del frente o cuando, como ahora, desde el más estricto
anonimato alguien se ensañaba a punta de insultos y diatribas contra el honor
de alguien; la gente no ha cambiado solo la tecnología.
Claro, ahora la
tecnología es más versátil puedes “colgar” una foto, hasta del momento menos
insospechado, para decir a la gente: “mira yo soy”, “aquí estoy”, “existo”,
“hago lo que tú no puedes, jojolete”. Hasta se puede agradecer a Dios, a la
Virgen María y todos los santos por algún milagrito a nuestro favor (pásenme la
cuenta de Dios, por favor). O saludar a
mamá por su onomástico aunque no sepa ni
por asomo que es un “like”.
Nuestra pobre penca
la que era hogar cálido de las lagartijas y otros bichos se ha virtualizado, ha
cedido su paso al mundo digital; nuestros corazones flechados se han convertido
en “emotions”, nuestros trazos zigzagueantes se han convertido en “caracteres”
y otras jerigonzas intraducibles para el común de los mortales.
En fin nuestras posibilidades de expresión se
han repotenciado solo que hay que tener mesura
en nuestras expresiones porque corremos el riesgo de convertirnos en lo
que Umberto Eco* ha denominado, “legión de idiotas”, porque en realidad la
consistencia de nuestro lenguaje es la medida de lo que somos.
* Umberto Eco.- Semiólogo y escritor italiano, considerado el ateo mas culto del mundo. Quien desee leer las declaraciones, respecto de la "legion de idiotas" puede hacer click aquí.