miércoles, 18 de junio de 2014

WUAYWASHKUNA



Hace poco, una tarde soleada en la Plaza de Chacas, tuve ocasión de encontrarme con un viejo amigo a quien no conocía; sin embargo, tenía la certeza que  nos unía una viaja amistad cultivada a través de la distancia y el tiempo, y sobre todo el afán de querer a Chacas. Se trata de don Manuel Cunza García, un apasionado enamorado de Chacas. Él visitaba  Chacas después de una prolongada ausencia, y de sus ojos aguaitaban unas lágrimas reprimidas cada vez que hablaba de Chacas, de su historia y sus protagonistas. Y cada vez, que yo llegaba el vaso de cerveza a mi boca ideaba y estimulaba mis ganas de recoger nuevamente el lápiz para darle forma  a esta historia que escuché ya algunos años. De modo tal que esta nota es un homenaje a mi querido amigo don Manuel Cunza García, un preclaro chacasino que ha decido retirarse a sus cuarteles de invierno allá en las frías tierras de Patterson.

Cuando las campanas empezaron a balancearse mientras tañían en las altas torres de la iglesia el conductor del bus Perú Andino  se afanaba  en estacionar el vehículo al costado del viejo ciprés, el más alto, que frondoso verdeaba a la vera de la plaza de Armas. La puerta del inmenso monstruo rodante se abrió con una parsimonia insólita para los curiosos que se reunieron formando un semicírculo al costado de él y de sus entrañas empezó a despedir a los somnolientos y desgreñados pasajeros que bajaban lerdos buscando al pariente que previamente había sido notificado vía telegrama para recogerlo y ayudar con la pesada carga de ropa y otros trastos.
Eran los días previos a la fiesta de agosto, fiesta grande en Chacas, en la que los chacasinos de toda laya y de todos los confines del mundo retornaban a la fría y por momentos desolada tierra que los viera nacer. Era una oportunidad para reencontrarse con el hermano, con el primo o el hijo que distante vivía por extravíos  del destino, que en el  fragor de la vida nos depara Dios. Llegaban los paisanos con el rostro empalidecido porque el  ausente sol en el cielo no había regalado sus rayos a la piel de aquellos en la lejana Lima de sueños y esperanzas. Llegaban algunos un dejo y léxico  transfigurado e ininteligible, producto de sus  andanzas en tierras extrañas, para nuestra pobre imaginación de pueblerinos. Como la de aquella joven que bajando del ómnibus  con la maleta sobre los hombros frente a un tropezón exclamó: “ Ay, casi me torso la pie”.
                Esa tarde el joven albañil  Rolando subía por medio de la plaza con destino a  la “Carretera” con un badilejo y una vieja lata entre las manos para probablemente emperifollar  con yeso alguna antigua casa frente a la inminencia de alguna visita familiar. Curioso como siempre no puede evitar la tentación de escrutar  con una mirada furtiva a quienes bajaban del bus. Justo en ese instante que atisbó por entre la cabeza reunida de la gente pudo ver que  bajaban por la estrecha puerta del bus dos personas que rayaban entre la juventud y la adultez. Inmediatamente el ladino albañil reconoció ataviados con elegantes ternos, a los hermanos Cunza, más conocidos como los Wuaywash que antiguamente vivían justo por la ruta por donde él iba. Se retiró estratégicamente antes de ser visto por los hermanos y continuó con su camino hacia la “Carretera”.
                Justo cuando don Rolando, el joven albañil, pasaba por la altura de la casa de los hermanos Waywash que acaban de arribar;  vio a la vecina de ellos, doña Chawita, que barría ágil la calle para posteriormente tender el trigo para el pan en una vieja jerga (manta de bayeta). Habían los astros preparado la circunstancia precisa y oportuna para prepararle la más cordial bienvenida a los hermanos Cunza.
                “Buenas tardes doña Chawi, tantantzickpacu  triguta majacaramunki”; expresó don Rolando a modo de saludo dirigiéndose a la vieja señora. Aucha ari, imatara sino micumushwan fiesta kinraycho”. “Cushicomi doña Chawi.  Au doña Chawi naga pasar ishcay pogusha washwuashcunata wajikiman yancojta rikaro, jacayquicunatata goskatziamunman”. “Huajau tzaita nicallamaytzu, canan oram latanhuan asiaj wuayshacunataga mantzacatzimusha”. E inmediatamente ingresó a su casa hurgó entre los trastos viejos, encontrando una oxidada lata de envase de manteca salió a la calle con la finalidad de espantar a las comadrejas que según el albañil habían ingresado a su casa. Empezó a golpearlas con un mazo generando un alboroto por toda la vecindad. Mientras por la bocacalle que daba al barrio la “carretera” los hermanos Cunza ingresaba con sus pesadas maletas al compás de los golpes de la lata que doña Chawi, su vecina, golpeaba a modo de sorpresiva y entusiasta bienvenida preparada por el ladino albañil.   
En Chacas y en otras zonas de la sierra había la costumbre espantar a la comadreja, (wuaywash), mamífero carnívor,  una plaga para los cuyes, golpeando latas y otros objetos que generaban mucho ruido.
*“Buenas tardes Doña Chawi, tantantzickpacu  triguta majacaramunki” – Buenas Tardes señora Chawita, está haciendo secar

trigo para nuestro pan?
**“Aucha ari, imatara sino micumushwan fiesta kinraycho”.- Siu pues, si no que comeriamos en tiempos de la fiesta.
***“Cushicomi doña Chawi, au doña Chawi naga pasar ishcay pofgusha washwashcunata wajikiman yancujta ricaron jacayquicunata goskatziamunman”.  - Me alegro señora, aproposito hace poco he visto entrar a su casa a dos comadrejas grades no se vayan a comer sus cuyes.
****“Huajau tzaita nicallamaytzu, canan oram latanwan wuayshacunataga mantzacatzimusha”. - Uy, eso ni me dig,  ahora mismo las espanto a esas malditas comadrejas.