Don Prospero Roca Vidal |
En el flanco oeste del
rectangular patio de la casa en que vivo y que fuera de mi abuelo don Prospero
Roca Vidal, cuando niño recuerdo, había una habitación cuya puerta marrón era
custodiada por dos macizos candados corroídos por el tiempo y el olvido. Solo
por la rendija de la puerta, atisbando en la oscuridad de la habitación, se
podía adivinar la tosca silueta de fierros con formas extrañas para nuestro impúber entender. En las
paredes, ayudados por la débil luz del día que se filtraba por las hendiduras
de la puerta, se podían ver colgados en las paredes teléfonos y otros trastos
desconocidos para nuestro entendimiento.
Cuando
el tiempo inherente a los días pasaban y nuestra curiosidad traspuso la rendija
de la puerta pretendiendo descubrir que
escondía esa misteriosa habitación iríamos a comprender que esos fierros
mohosos que permanecían como monstruos en reposo fueron la admiración de los
chacasinos y el orgullo de la familia. Eran la turbina pelton y el generador fabricado por la Siemens Alemena y que el
abuelo había comprado para iluminar el pueblo y que un día fortachones cholos
trajeron cargándolos en kirma1
y a lomo de mula desde Casma bajo el mando de Clemente, ese cholo recio e indómito
que murió desamparado y empiojado en su lecho de pellejos de oveja.
Pero esos monstruos metálicos que un tiempo iluminaron
las noches tristes y lúgubres chacasinas originarían la fama de pishtaco de mi
abuelo don Pushpi, fama que se extendió a sus hijos de los que se decía que andaban degollando
gente, salteando en los caminos inhóspitos, para extraer la grasa a sus pobres
victimas que luego servirían para
lubricar las delicadas piezas que las maquinas tenían en sus panzas. En mi
ingenuidad no cabía como un viejo bonachón, casi semejante al viejo Papa Noel que la maestra
nos había dibujado en la pizarra, podía andar despanzurrando gente y luego
repartir golosinas entre la rapacería que se reunía en la plaza del pueblo atraídos
los confites que el abuelo repartía como
a polluelos que reparte maíz llamándolos: “chipa, chipa, chipa2…..” mientras ellos se
revolcaban en torno suyo tratando de
coger un caramelo.
Cuando el
abuelo con fama de pishtaco tenía varios años de finado, estimulado por la curiosidad
hurgué, con la ingenuidad de mi niñez, cada resquicio, cada rincón oculto, cada
aljarafe de la inmensa casa que nos legó
buscando algún indicio, alguna evidencia de ese oficio infame que la
gente le había endilgado. Sin embargo, no hallé nada que me condujera a tener
la certeza de lo que la gente circulaba con afán maledicente contra ese viejo
que casi no tuve tiempo de conocer y cuyo retrato colgado en la sala de la casa
hablaba más bien de un espíritu dulce y generoso.
Un día,
después muchos años de muerto mi abuelo,
mi madre hacia trabajar a un bracero en el patio trasero de la casa
recolectando el estiércol de las ovejas para regarlas luego en la huerto. El hombre luego de ver las catacumbas que hay
en los cimientos de las casa entró en pánico y se quejaba de su desventura al estar en ese patio a
merced del filoso cuchillo de los pishtacos
que su imaginación le hacía ver: “Cuncatzura
shejshimaran cayman yaykaskamunapa? Kairachi imaykaga, kayllanachar ora karan ari3” se lamentaba.
Mi madre, desde la terraza de donde lo observábamos le dijo: “Au Eloy, imananquita4”. “Mamay keytatzura ruraycamanqui au,
kaychoga kunkatachar pishtakayamanga5” replicó Eloy. Mi madre
inmediatamente preocupada por las inaudita reacción, le abrió la puerta por
donde Eloy despavorido corrió como alma aburrida, raudo al que no lo vimos más.
Y ahora después de tanto tiempo el pueblo casi no ha cambiado las conjeturas y los odios ahí están latentes y gobiernan los espíritus ruines.
1 Kirma.- Camilla
2 Chipa.- Expresión onomatopéyica para llamar a los pollitos
o gallinas.
3 “¿Me habrá cosquilleado el cuello para entrar aquí? ¿Esta
es mi última hora de vida pues?”
4 “¿Oye Eloy que es lo que tienes?”
5 “Mamita ¿por qué me has hecho esto?, pues aquí me van a
cortar el cuello.