sábado, 5 de octubre de 2013

CASHA WALTO, EL MINERO DEL INFORTUNIO

El Maestro Celso Vidal Villanueva, mi tío, en la Plaza de Chacas. Un recuerdo de las largas charlas, luego del lonche, bajo la intensa mirada de sus ojos azules, apurando su interminable anecdotario.

  
Una tarde cercana al anochecer, el maestro Celso, recibió la visita de Casha Walto, cuyo nombre verdadero era Heriberto Cerna Egúsquiza, su amigo vocinglero  y soñador que vivía en Ichic Colpa cerca al río, contándole al viento sus sueños de esplendor.  Colgadas por sobre el somier del catre, las cuerdas  que sostenían las piedras para mantener el  tobillo recto, provocaban un hormigueo en las piernas del maestro Celso; quien yacía en el camastro que le habían improvisado en un cuarto de la planta baja de la casa. Pues curaba la fractura del tobillo producto de un pie vengador puesto  en el momento y el escenario preciso para disimular la venganza de un marido humillado. No tenía otra alternativa que soportar el suplicio de permanecer tirado en la cama durante los tres meses que había recomendado el huesero para que soldaran los huesos de la tibia izquierda fracturada. Solo la lectura de algún libro de Vargas Vila era su distracción durante esos días fríos de invierno en el que permaneció sobre la cama. El artero golpe que recibió en el tobillo durante un partido de fútbol le dejó la imborrable imagen de acometida bestial que le provocaba una sensación de asco. De hecho, el recuerdo de aquel acto cobarde, producto de la imputación de infidelidad, no se alejaba ni con las historias licenciosas de Vargas Vila, menos se quedaban ocultas cuando intentaba dejarlas escondidas entre las hendiduras de las vigas de la bóveda.  Esporádicamente recibía la visita de algún colega o algún familiar cuyos lamentos por el incidente, no hacían más que exacerbar su rabia y frustración por estar impedido de salir al portón de la casa, mirar el pasto verde de la plaza por donde caminara algún transeúnte y fumarse un cigarrillo mientras entre las ramas del ciprés del frente trinara imparable un zorzal.
Casha Walto era un viejo minero, con el rostro arrugado por los años y el trajín entre los farallones de las alturas de Chacas, que dilapidó su fortuna y su vida en busca de la legendaria mina de los Llashag, que según cuenta la gente; a la que sus dueños iban la escarbaban y cargaban un costal lleno de oro,  lo que les duraba para mantenerse un largo tiempo. Luego, estos pobladores originarios de Chacas, en agradecimiento por su suerte, heredaron la mina a Mama Ashu, la Patrona del Pueblo. Sin embargo, cuando murieron no tuvieron el cuidado de avisar la ubicación exacta de la mina. Solo quedó de su fama el rumor, además de su prodigalidad,  que estaba ubicada en las alturas de Mácuash, en la dirección de Pachan Puncu (La puerta lateral) de la Iglesia de Chacas.  
Casha Walto acabó su vida buscando aquella fabulosa mina, descuidando incluso la búsqueda que para muchos sería la más importante, la búsqueda de consorte que le ayudara a sobrellevar  los aciagos días de desilusión y fatiga de su eterna exploración minera. Nunca pensó en dejar heredad, todo lo que tuvo lo usó para alimentar aquel sueño quimérico. O quien sabe si no ideó la farragosa pesquisa de esa fábula, sabiendo  que nunca la encontraría; sino para olvidar alguna desilusión amorosa.
Ese día, ingresó al dormitorio del maestro Celso encasquetado de un sombrero habano, recién hormado en la sombrerería de don Crecencio Amez. Se lo quitó para saludar a su amigo y lo puso sobre la silla colocada contigua a la mesa, en la que flameaba una vela a medio consumir; que alumbraba la menuda letra del libro de Vargas Vila cuya lectura ababa de ser interrumpida por el maestro  para recibir al amigo. Llevaba además consigo un trasto desconocido para el maestro, el cual le motivó una intriga que se cuidó en no manifestar.
Apenas se sentó en la silla que le ofreció el maestro; luego del saludo y de apenarse de la dolencia del amigo, se desaforó en un extenso y épico relato de sus aventuras y exploraciones por cada uno de los centímetros cuadrados de los cerros que había caminado en busca de el "Dorado Chacasino", la mina que los Llashag dejaron a la virgen  del que solo había que llenar oro en un par de talegos para asegurar toda su existencia y de sus generaciones venideras. Le contó además que todas las alhajas de la Virgen; candelabros y diademas  habían sido hechos con el oro de esa  mina. Solamente lamentaba que hasta ese momento no había tenido la suerte de encontrar aquella bendita mina que le sacaría de la pobreza y del infortunio. “La Virgen está poniendo a prueba mi paciencia, pero un día la encontraré”, decía con esperanza. “Sabe maestro Celso, me he comprado este detector de minerales”, dijo señalando el trasto extraño con el cual había ingresado. “Me ha costado un poco caro; pero; vale la pena porque con esto encontraré si no es esa mina, cualquier otra”. Luego, lo encendió para mostrar al maestro su funcionamiento; y el detector casi inmediatamente empezó a chillar, y conforme lo movía hacia a la cama donde yacía el maestro se intensificaba el chillido. “¡Maestro Celso!, ¡acá debe haber un entierro!”, le espetó emocionado. Creyendo haber encontrado el tesoro que la Virgen le había reservado pretendió levantar el entablado del dormitorio, totalmente descontrolado. Ante tal alboroto los cuñados del maestro lo redujeron y a empellones lo hicieron desistir de su desenfrenado intento de desentablar el piso.

Ya calmado, en su casa,  en un  retazo del saco de papel de azúcar, premunido de un lápiz de carpintero, diseñó un croquis del tesoro escondido, con descripciones precisas que con el tiempo los ratones se encargarían de cifrarlos. Ese vetusto papel con el croquis, que remedaba el mapa de un pirata loco, un día llegó a las manos de un comandante del puesto policial... pero… esa historia será objeto de otro relato.

2 comentarios:

  1. Escuche algo sobre la mina de los llashag.. Kien sabe es real... Pero.muy buen relato..

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  2. Hermosa historia del buscador de oro como mi abuelo que su barrera exploradora jamás acertó encontrar ninguna veta. Sin embargo dejo tantos decendientes en los pueblos desde Conchucos hasta Huamanchumo que si juntaran fundarían una provincia. Algo de esta historia narró en la novela Señal de la cruz.

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