jueves, 7 de febrero de 2013

UBACHU, EL MANCACARGA DEL PINO

Ubachu, en su casa de Ichic Chinlla
Foto tomada de la cuenta de Facebook del Sr. Miguel Padilla Blas.


Un hombre alto, con un pesado  bulto de ollas envuelto  en un  poncho raído por el tiempo y el uso, terminaba con esfuerzo sus últimos pasos  para llegar a la sombra del vetusto ciprés que siempre encontraba frente a mi casa. Desenvolvía su pesada carga desentrañando las ollas de los pliegues de su viejo poncho, colocaba cada una de ellas en el flanco norte de la base del ciprés que todos llamábamos “El Pino de Alameda” y se sentaba junto a su mercancía esperando a sus eventuales clientes por muchos dias.
 Mientras tanto a lo lejos, como surgiendo de lo inesperado, por entre las tejas coloradas de las casas se filtraba el tañer de la vieja campana de la escuela del frente. Casi al instante los niños corríamos presurosos a la escuela para evitar  ser conducidos al proscenio y contar, decir una adivinanza, hacer una pregunta, o simplemente sollozar de timidez frente a todo el alumnado, pues era el castigo para quienes llegaban tarde. Y siempre habían alumnos osados que hacían preguntas “capciosas” como aquella que hizo Henry: “Queridos compañeros les voy a hacer una pregunta:  Largo lanudo como para tu culo”. Por unos segundos un silencio sepulcral  sucedió a la pregunta , mientras el profesor Mishanko se recuperaba del desconcierto. “¿Qué has dicho?. A ver repite” y Henry ni corto ni perezoso: “Largo y lanudo como para tu culo”. “A su casa por una semana por malcriado” replicó el indignado profesor mientras Henry trataba de aclarar el malentendido exclamando: “es alfombra profesor, es alfombra profesor”.
Pasado el incidente como corderitos en fila india íbamos directo al salón y el primer comentario de esa mañana, además de la adivinanza de Henry, fue la llegada de Ubachu, el alfarero, que de vez en cuando con sus ollas y sus habilidades de lanzafuegos era el único circo que disfrutábamos los niños del pueblo en las tardes tristes de invierno. Decían que venía de Chinlla, donde incluso había fabricado un reloj que un funcionaba tan perfectamente con el goteo del agua; sin embargo, en Chacas lo estimábamos por sus ollas y sobre todo porque  cada vez que terminaba de vender sus ollas despilfarraba sus magros ingresos en cigarrillos Inca y su "cuarto de botella de compuesto de alcohol". El “Pino” era su hotel, la coca su merienda, y quien sabe el cigarrillo y  alcohol su único consuelo. Cuando estaba de humor nos ofrecía un espectáculo de lanza llamas ingiriendo querosene   y cuando no estaba de humor desde su garguero nos lanzaba alcohol pulverizado con partículas de coca masticada al rostro de los descuidados a quienes nos llegaba como un torbellino fresco de niebla.
Y un día cuando habíamos crecido, Ubachu, desapareció pero dicen que sigue burilando sus ollas en su modesta casa de Ichic Chinlla, sin que nadie se acuerde que tal vez es el último artesano que a través de sus manos da forma al barro y que ese arte durante mucho tiempo nos dio, nos da y nos dará la condición de mankacargas.

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