sábado, 9 de febrero de 2013

A PROPÓSITO DE MANCACARGAS


LA MALDICIÓN DEL INCA

Por Santiago Márquez  Zorrilla
Publicado en el Diario el Comercio de Lima el 25 de agosto de 1946
Una clara mañana de abril subíamos por la cuesta que remata en la punta de Katín, yo y el regidor de Chinlla, Tomas Calero.
Indio ladino, sabia entretener al compañero de viaje, disimulando así el afán de la subida.
-¿Cómo se llama este cerro, donde existen ruinas de  fortaleza antigua?
-Es Katín, taita. Es hermano de aquel otro cerro, donde también hay paredes de gentiles. Ese otro se llama Rihuay. Entre ambos cerros está Chinlla, mi pueblo. En Chinlla, taita, fabricamos las ollas de mayor fama en toda nuestra Provincia.
-Y ¿Cuál es el material que usan Uds.?
-Es el shashall, taita, y la tierra que acarreamos desde Allpabamba (pampa de la tierra) A propósito, taita, ¿sabe cómo aparecieron en esta región el shashall y la tierra de hacer  ollas?
-No sé, Tomás. A ver cuéntamelo.
El indio tercia el poncho amarillo con rayas negras. Modera el andar. A trechos se para, apoyando el robusto cuerpo en su vara de regidor. Recoge la bola de coca en uno de sus carrillos, y dice:
-El Inca, gran Señor del Cuzco, desde Maraicalle, que desde aquí se ve, por allá, por las alturas de Yauya, al divisar por estos lados y contemplar las verdes praderas de Chinlla, Sapchá, Colpa y Cunya y tantas pintorescas poblaciones, envió emisarios a pedir a Katín y Rihuay se sometieran a su imperio y en señal de vasallaje le enviaran doce jovencitas ñustas para su séquito. Entonces, taita, los muy valientes Katín y Rihuay contestaron al Inca con palabras bravas y se negaron a obedecerle. El Inca, que era soberbio y que venía desde el Cuzco sujetando a los pueblos, tomó muy mal esta desobediencia. Subiose a lo más alto de Maraicalle y desde allí tiró con su poderosa honda, primero un puñado de tierra, que cayó en Allpabamba, y después otro puñado de shashall, que cayó sobre Chinlla. ¡Que si mandan lo que el Inca pedía, habría tirado oro y plata, en lugar de shashall y allpa. Por eso aquí en Chinlla estamos condenados a trabajar toda la vida con estos viles materiales, sin conseguir oro ni plata, sino solo sufrimiento y pobreza! ¡Es la maldición del Inca! En cambio Llamallín recibió la bendición del Inca! Porque mandó el tributo que pedía.
¡Por eso sus tierras son tan buenas, que nunca sus cosechas se pierden como entre nosotros!.
Así, melancólicamente, termino Tomas Calero su reseña. Entre tanto llegamos a la cumbre de Katín y extendíamos la vista hacia un panorama delicioso: las alturas de Yauya, las verdes praderas de San Luis, los maizales de Uchusquillo y en la lejanía las cumbres de Piscobamba y Llama.
Desde entonces he venido meditando una y otra vez para desentrañar el contenido histórico de esta leyenda. Lo que me parece probable, helo aquí.
Los Yunpanquis, Kapak el grande y Tupaj el Glorioso, después de rendir por el hambre a las tribus de Chavín y Huari, al llegar a las alturas de Yauya, por donde pasa el camino del Inca, enviaron a sus emisarios a persuadir, según tenían costumbre, con razones de conveniencia política, a las tribus de Chacas, cuyos Curacas  eran entonces Katín y Rihuay (sus nombres han quedado inmortalizados en las cumbres y fortificaciones ya mencionadas) a rendirse voluntariamente al empuje victorioso del Inca y que en señal del vasallaje le mandaran las doce doncellas.
Como todas las demás tribus de la Nación de los Conchucos, las de Chacas se negaron también a entregar las armas sin pelear, Katín y Rihuay, a pesar de sus escazas fuerzas militares, rechazaron la propuestas del Inca invasor, el que envió una expedición militar para reducir a los indómitas tribus de Chacas.
Seguramente lucharon desde sus altas fortalezas hasta agotarse y no se rindieron sino al ver a sus hijos y mujeres morir de hambre y sed.
Hasta ahora la empinadas cumbres de Katín y Rihuay exhiben soberbias sus crestas circundadas de inexpugnables murallones, frente a las opacas alturas de Maraicalle.

jueves, 7 de febrero de 2013

UBACHU, EL MANCACARGA DEL PINO

Ubachu, en su casa de Ichic Chinlla
Foto tomada de la cuenta de Facebook del Sr. Miguel Padilla Blas.


Un hombre alto, con un pesado  bulto de ollas envuelto  en un  poncho raído por el tiempo y el uso, terminaba con esfuerzo sus últimos pasos  para llegar a la sombra del vetusto ciprés que siempre encontraba frente a mi casa. Desenvolvía su pesada carga desentrañando las ollas de los pliegues de su viejo poncho, colocaba cada una de ellas en el flanco norte de la base del ciprés que todos llamábamos “El Pino de Alameda” y se sentaba junto a su mercancía esperando a sus eventuales clientes por muchos dias.
 Mientras tanto a lo lejos, como surgiendo de lo inesperado, por entre las tejas coloradas de las casas se filtraba el tañer de la vieja campana de la escuela del frente. Casi al instante los niños corríamos presurosos a la escuela para evitar  ser conducidos al proscenio y contar, decir una adivinanza, hacer una pregunta, o simplemente sollozar de timidez frente a todo el alumnado, pues era el castigo para quienes llegaban tarde. Y siempre habían alumnos osados que hacían preguntas “capciosas” como aquella que hizo Henry: “Queridos compañeros les voy a hacer una pregunta:  Largo lanudo como para tu culo”. Por unos segundos un silencio sepulcral  sucedió a la pregunta , mientras el profesor Mishanko se recuperaba del desconcierto. “¿Qué has dicho?. A ver repite” y Henry ni corto ni perezoso: “Largo y lanudo como para tu culo”. “A su casa por una semana por malcriado” replicó el indignado profesor mientras Henry trataba de aclarar el malentendido exclamando: “es alfombra profesor, es alfombra profesor”.
Pasado el incidente como corderitos en fila india íbamos directo al salón y el primer comentario de esa mañana, además de la adivinanza de Henry, fue la llegada de Ubachu, el alfarero, que de vez en cuando con sus ollas y sus habilidades de lanzafuegos era el único circo que disfrutábamos los niños del pueblo en las tardes tristes de invierno. Decían que venía de Chinlla, donde incluso había fabricado un reloj que un funcionaba tan perfectamente con el goteo del agua; sin embargo, en Chacas lo estimábamos por sus ollas y sobre todo porque  cada vez que terminaba de vender sus ollas despilfarraba sus magros ingresos en cigarrillos Inca y su "cuarto de botella de compuesto de alcohol". El “Pino” era su hotel, la coca su merienda, y quien sabe el cigarrillo y  alcohol su único consuelo. Cuando estaba de humor nos ofrecía un espectáculo de lanza llamas ingiriendo querosene   y cuando no estaba de humor desde su garguero nos lanzaba alcohol pulverizado con partículas de coca masticada al rostro de los descuidados a quienes nos llegaba como un torbellino fresco de niebla.
Y un día cuando habíamos crecido, Ubachu, desapareció pero dicen que sigue burilando sus ollas en su modesta casa de Ichic Chinlla, sin que nadie se acuerde que tal vez es el último artesano que a través de sus manos da forma al barro y que ese arte durante mucho tiempo nos dio, nos da y nos dará la condición de mankacargas.