jueves, 10 de enero de 2013

RECUERDOS DE ESCOLAR



 He intentado escribir esta nota varias veces, evocando el encanto que producía  en mí la oscuridad develada por los cómplices rayos de la luna en una noche de fines de mayo. Recordar ese terreno misterioso  entre la niñez y la adolescencia, en que la pequeña  compañera de carita sucia, de mocos distendidos  – tajra, como diríamos en quechua- casi por encanto había mutado en una chiquilla lozana y grácil, fragante como una fruta, ligera como el viento y furtiva como el sol de invierno. Aquellas noches diáfanas y tersas gracias a la luna; el bullicio  de nuestra niñez se iba convirtiendo en la inquietud soñadora del enamorado, en que los inocentes  juegos nocturnos eran suspendidos para hurtar un furtivo y dulce beso a aquella que de día solo era una estrella distante.
 Algunas de ellas como en una carrera imparable de florecimiento despertaban otros sobresaltos y ansiedades. Aquellas eran de habilidad liberal, habían redondeado la cintura, fortificado los muslos y burilado sus pechos turgentes a pico de aporrearse en  labores rudas en apoyo a la mamá abandonada. Y de esos tiempos recuerdo a una joven  de falda  de tafetán verde raído, de zapato de jebe, de chompa blanca con botones multicolor; atuendo que contrastaba con su imponente gracia. Se llamaba Antuka. No era rusa como podría pensar cualquiera a partir de su nombre. No, era una humilde muchacha chacasina que alborotaba la gallera a su rítmico paso.
 Con ella soñábamos casi todos los muchachos; poniendo a buen recaudo, eso sí, el recuerdo de los furtivos besos inocentes. Los más atrevidos  contaban historias de amor y locura incrementando nuestras ansias y sueños impúdicos. Pero la imagen más contundente para soliviantar nuestros impulsos hormonales era aquella en que cruzaba el verde pasto de nuestra inmensa plaza con su canasta en el brazo jugueteando con nuestras miradas mientras iba a comprar pan.
 Un atardecer ambarino  revelándome a mi habitual timidez decidí buscarla con la intención de hacer realidad mis sueños de tantas noches en vela. Previamente robé un  par de chocolates de la tienda de mi padre los que los envolví en un pedazo de papel periódico para entregarle como seña de mi amor.  Con  el paquete entre mi abdomen salí por el portón trasero, rodee el pueblo por el camino que llamábamos “Tramposo Nani”*  y llegué a Urahuanca para ultimar los planes de  mi proeza. La agitación no me dejaba pensar y en un arranque de arrojo me dirigí a la puerta verde desvencijada de su casa y con una piedra que cogí del camino golpeé el postigo. Salió ella con aquellas piernas  color canela que tanto me gustaba y me pasmé. Ahí estaba en carne y hueso, intentando una sonrisa de sorpresa como burlándose de mi abrumadora turbación. Solo conseguí entregarle el paquete robado, no supe explicar nada y huí.
 En un tiempo corto la linda Antuka desapareció del pueblo, casi estuve convencido por un buen tiempo que se fue porque no  quería avergonzarme  con su presencia  mi prematura cobardía.

*Camino de Tramposos.