martes, 9 de octubre de 2012

DE COMO MOZO SE CONVIRTIÓ EN ACHACU


Este relato recoge la versión oral que circula en Chacas sobre una anécdota que puede no sea real,  pero que circula. Este relato pretende ser el recuerdo de un hombre a quien la memoria colectiva evoca como un concejal ejemplar (de los que ahora escasean) por su trabajo y dedicación al servicio del pueblo de Chacas, me refiero a Isaías Zaragoza, más conocido como “El Tosco”. Los otros dos,  para quienes son de Chacas sin duda son identificables, son  Máximo Vidal y Gabriel Balmaceda.


Una tarde de fines de noviembre, mientras el sol como despidiéndose con nostalgia del día escamoteaba los altos picos de los cerros para filtrar su últimos rayos, tres jóvenes cazadores oteaban en la escarpada y boscosa falda del cerro que frente a ellos, pensaban, escondía  el cérvido que tanto esperaban.  El paquete de coca envuelta en papel de azúcar permanecía cautiva en el piso y  de rato en rato era llevada por las ansiosas manos hasta la boca. La escena parecía un cenáculo  de antiguos monjes en meditación mirando el horizonte buscando el sentido de las cosas. Ocasionalmente  aquel silencio imperturbable era quebrantado por el ruido que producía el vuelo rasante de algún pájaro perseguido por otro o el golpeteo del porongo de cal en el puño de alguno de ellos.

                Los tres vigilantes  eran Venshi, Mozo e  Ishaco; experimentados cazadores que de cuando en cuando subían a las altas quebradas para abastecer su despensa con la apetecida carne del venado. No esperaron demasiado; cuando apenas  el sol ocultó sus últimos rayos, un robusto cérvido macho salió de su escondrijo  ramoneando la fresca hierba que con últimas lluvias habían crecido en un claro de la escarpada  sierra. Como algo concordado los cazadores se dispusieron en posición de combate; Venshi con la Winchester, Ishaco con el Mauser, mientras Mozo mascullaba una oración para que el tirador no fallara. Venshi tiró del gatillo y una explosión remeció la quebrada como anunció de los últimos instantes  de vida del cérvido que caía exánime  en el fresco follaje. No hubo necesidad de que el rematador jalara el gatillo, el animal se desangraba con los ojos retorcidos.

El animal fue cargado por los cazadores hasta un riachuelo que discurría cerca, despanzurrado y descuartizado fue divido entre los cazadores en orden de jerarquía. Empaquetado las partes del pobre animal se dispusieron a dar buena cuenta del fiambre que cada uno de los cazadores había traído. Venshi extrajo de la alforja de cuero dos latas de filete de atún y una bolsa de panes, Ishaco un cuy frito y una buena porción de cancha y Mozo un buen pedazo de jamón. Compartieron de buen talante toda la merienda. Sin  embargo, Ishaco pidiendo las disculpas del caso se reservó un pedazo de jamón anunciando:  “Kay warmepami she, allapan yachan”*; anuncio que entre los otros provocó una sonrisa chacotera. Para diluir la grasa, Venshi, ofreció una botella de ron que fue circulando entre ellos hasta altas horas de la noche mientras  compartían anécdotas adosados  al fogón que habían encendido.

Al día siguiente apenas el alba se anunció en el horizonte cargaron los empaques en los borricos y emprendieron el retorno silbando  una tonada andina con el fusil al hombro. Cuando llegaron a las afueras de la cuidad cada quien enrumbó a su hogar a descargar la preciada carga para en la tarde despacharse un jugoso bistec. Ishaco llegó a su casa donde le esperaba  la esposa con entusiasmo para ver la carga. Mientras descargaba, Ishaco, alcanzó a su esposa el paquete que se había asegurado de reservar y le alcanzó diciéndole: “Ka’h yachangaykita apamuro”**, la esposa presurosa se dirigió a la mesa de la cocina y desempacó el paquete encontrado en él una mentula que no era sino del cérvido degollado. Su indignación no fue poca, enrostrándole al esposo su falta de respeto y consideración, desmoronándose en un sollozo de impotencia. Enterado del entuerto y herido en lo más íntimo de su dignidad Ishaco entró en la cuenta que la noche anterior Mozo había birlado el pedazo de jamón y lo había reemplazado por  la mentula fresca del cérvido fusilado, entonces juró vengarse. Desde entonces, Mozo, que no podía andar de día por temor a la amenaza jurada, se convirtió en Achacu (zarigüeya) y solo anda en las noches alimentándose del maíz de las trojas.

* "Esto es para mi señora, le gusta mucho"
** "Toma, he traido lo que te gusta"







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