viernes, 18 de mayo de 2012

"CHINCO CHOLES ROJO"


Dentro de la pléyade de personajes típicos de Chacas, había uno que el ingenio popular había bautizado con el nombre de “Solterito” a pesar de que tenía esposa. Este era un personaje al que la naturaleza no le había sido muy generosa, pues era medio sordo, con algunas taras al hablar y razonar, en suma un Upa y que en la actualidad eufemísticamente se diría una persona con necesidades especiales. Y le decían “Solterito” porque se ufanaba de ser soltero a pesar de tener pareja la que igual que él era una persona con “necesidades especiales” y con un carácter intransigente motivo que sin duda lo alentaba a flamear por los cuatro vientos su ficticia soltería. El hacía labores de peón por los que cobraba un jornal de diez soles.
En esos tiempos la denominación de los billetes de cinco y diez soles tenía el color verde y rojo respectivamente. El de cinco soles tenía la imagen del Inca Pachacutec y el de diez la imagen del Inca Garcilazo de la Vega.
Sucede que cada vez que había pago de jornales los eventuales patrones de “Solterito” aprovechando las carencias de este, intentaban injustamente pagarle cinco soles cuando el jornal era de diez soles. Pero, él, poniendo en práctica sus rudimentos sindicalistas, quien sabe invocando mentalmente a Marx, Lenin y otros patronos del sindicalismo, reclamaba el pago de “Chinco choles rojo”; es decir, diez soles.
Por esos mismos tiempos en Chacas un extraviado cerdo, jumento y raras veces torete aterrizaba con una frescura descomunal al verde kikuyo de la Plaza de Armas que sin duda era una tentación para cualquier herbívoro.  Motivo por el que el alcalde comunicó a los moradores que cualquier “animal mostrenco” que atracará en la plaza sería conducido al coso y quien  condujera al animal al “coso” seria beneficiario de un billete de diez soles de oro. El  “Coso” era una especie de penitenciaría de animales dañinos, y los cerdos eran dentro del prontuario de animales de Chacas uno de los animales más dañinos y lo curioso es que parece ser que el cerdo tiene como una especie de sentimiento de  culpa después de su fechorías porque luego se esconde como si se sintiera arrepentido. De ahí la expresión “Dañucusha cuchino wiyaraycan” (está escondido y callado  como un chancho después de hacer daño).  Así que los muchacho de ese tiempo estábamos a la pista de cualquier cerdo que apareciera para costearnos las dulces y coloreadas raspadillas de Don Amalio con el producto de la dura jornada de conducir un marrano extraviado en la inmensidad de la Plaza de Armas al fétido  coso de don Factor Carbajal.
Durante un tiempo las matronas se cuidaban de desatender sus deberes de crianderas y no había jornada para la muchachada ávida de los diez soles para financiar sus más caros deseos. Jorge, zamarro desde que nació hasta que murió, escaso de los recursos para el acaramelado helado de don Cadillo  se la ingenio para,  junto con sus “compinches” (otros niños de sus edad), conducir un par de cerdos al coso y reclamar el estipendio correspondiente y gastar a sus anchas el producto de su honrado trabajo.
Sin embargo, en la tarde una encolerizada doña Llui, madre de Jorge, reclamaba la libertad inmediata de sus cerdos  ante un atónito don Factor que no entendía como los cerdos que habían sido traídos por Jorge eran reclamados por doña Llui. Mientras, Jorge, oculto entre los matorrales ensayaba una sonrisa sardónica  acariciando en sus bolsillos las últimas monedas de los dos billetes de “Chinco choles rojo”.
(Historia sugerida por Justo Zaragoza)