martes, 10 de enero de 2012

DE FANTASMAS Y APARECIDOS



Acurrucado debajo del mostrador,  soportando  el intenso frío, absolutamente quieto para no levantar sospechas que no dormía, permanecía atento a la conversación que cada noche se gestaban en la pequeña tienda que mi padre tenía frente a la plaza. Todas las noches llegaba cada una de las contertulias  de mi madre. Llegaba doña Celinda la de los interminables cuentos, la escurridiza tía Paula, la grandilocuente tía Rebeca, la jacarandosa doña Illua y la irrebatible tía Blanca. En esas frías y tétricas  noches de invierno mi única distracción era hacerme el dormido y escuchar con pavor y cierto placer las historias que cada una de ellas contaba para mi deleite y terror. Historias de fantasmas y aparecidos. Recuerdo a la tía Paula contar como las almas con sus ojos hundidos (toguñawicuna) salían del panteón sin tocar el piso, levitando, para recorrer las calles húmedas del pequeño pueblo que era Chacas y sabe Dios con que objeto,  historias además, que le había contaba una testigo presencial, doña Rosa Barbosa vecina del panteón.
De modo tal que, mi infancia estuvo poblada de fantasmas y aparecidos  los que aunque teniéndoles terror me eran familiares. Así, un  día mientras los adultos velaban a don Cornelio Aguirre Briceño, a quien habían traído difunto desde la inalcanzable Lima, nosotros jugábamos en las inmediaciones de la casa. La luz  eléctrica era una tenue imitación de luz de las luciérnagas que de cuando en cuando alumbraban  la indescifrable noche. A veces hasta se nos ocurría encender una vela para ver si había luz o no.   Es en ese escenario de penumbra que desde la esquina en que jugábamos vimos por la esquina del otro extremo de la calle pasar un bulto blanco y repasar nuevamente el tramo de la esquina. Sobrecogidos por la escalofriante  aparición corrimos al regazo de nuestras respectivas mamás que cotorreaban en el velorio y permanecimos quietos hasta que el velorio terminó.
Se, de fuentes fidedignas, que unos años antes de ese incidente, los alumnos del colegio iban en las noches al cementerio con el objeto de sustraer restos humanos de las fosas mortuorias más accesibles, con el argumento de utilizarlos en sus estudios de anatomía. Sin embargo, estas profanaciones estaban sobre todo acicateadas por la falsa valentía que les infundía el licor para realizar estas tropelías en contras de las ánimas. Un día mientras ingresaban al cementerio detrás de una sepultura de cemento se les apareció un bulto blanco y luego de su breve aparición se escurrió por entre las zarzamoras. Con los pelos crispados de terror emprendieron la huida por entre las chacras rodando entres los surcos de papa y las pencas de los cercos para reencontrarse luego, exhaustos, en la fuente de Hurahuanca. Luego de calmarse   analizaron el hecho con absoluta tranquilidad utilizando sobre todo  su recientemente aprendido razonamiento materialista dialectico. Luego de un debate y análisis de los hechos llegaron a la conclusión que el bulto blanco no podían corresponder a la existencia de una entidad absolutamente imaginaria y que por lo tanto en ese evento existía un entuerto.
Al día siguiente fueron al cementerio más temprano y uno de ellos se introdujo envuelto con una sábana en la fosa del cura que las noches anteriores habían profanado. Mientras sus compañeros esperaban la hora en que se les apareció el fantasma. Luego de larga y calmada espera los muchachos hicieron su aparición en cementerio y casi inmediatamente el fantasma de la noche anterior hizo su aparición, y casi al instante, al aviso convenido salió también el compañero disfrazado de alma, hecho ante el cual el fantasma de la tumba de cemento cayó como fulminado por un rayo invisible.  Cuando fueron a ver el falso fantasma  no era otro sino Noel Bello que yacía desmayado sobre sobre la tumba de cemento. Luego ya mas crecidos descubrimos que su colega, el fantasma de la esquina, no fue otro sino el  espíritu chocarrero de Jorge Flores.

1 comentario:

  1. Hola, Manuel, buena tu historia, los cuentos tienen muchos orígenes y calan en el imaginario popular. A veces son sublimaciones, otras veces desplazamientos, y otras son chanzas y comadreos.

    Al respecto, no te olvides de mi encargo. Un abrazo.

    JUAN

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