martes, 25 de octubre de 2011

RELATO DE UN NAUFRAGIO.



He retirado la foto original por reclamo de Gustavo. Es posible que tenga razon al incomodarse por cuanto no le consulté para publicarla; sin embargo no tenia intensión de ofenderlo, ni mucho menos. Además pensé que tenía un poco de correa. En todo caso lo hice solo por creí que el articulo tendría más acogida tratandose de un personaje tan conocido. 


Don Pancho  y Gustavo  (Wapi) eran una dupla de técnicos y pro científicos (y digo "eran" porque el primero es finado lamentablemente) en cuya compañía uno podía disfrutar exquisitamente del trato meticuloso y cuasi profesional de temas como construcción de carreteras, embalses de agua, agrimensura y otros fárragos protocientíficos incompresibles para una mente profana en esos menesteres. Casi siempre  se les veía juntos deliberando cuestiones técnicas ya sea subidos en un volquete, sobre un peñón o a la ribera de un río.  A pesar de la diferencia de edad cuando se trataba de una tarea que beneficiaría al pueblo  se entendían y se enrumbaban en cualquier proyecto.
Don Pancho había trabajado casi toda su vida en la planta flotadora de minerales de Pompey junto a los primeros dueños que eran alemanes. Sin duda de ahí provenían sus conocimientos técnicos respecto a construcciones y cálculos matemáticos. Un ciudadano que siempre puso de manifiesto  su preocupación y compromiso para con el desarrollo de Chacas.
Gustavo, es hijo de uno de los maestros chacasinos más recordados por su habilidad  oratoria y dotes de polemista. Según testimonio de los que conocieron a su padre,  cuando la visita de Belaunde Terry a Chacas allá por la década del sesenta, empañó con su hablar florido el discurso del ex presidente. Gustavo es un pintor caricaturista amateur y un gran investigador cuando quiere y cuando los trajines y menesteres de la casa y del hogar se lo permiten. Y ojalá se lo permitieran a menudo.
En fin, el objetivo de esta nota no es hacer una biografía de estos entrañables personajes de nuestra historia reciente sino referir con aprecio y afecto algunas anécdotas que entre ambos nos han concedido para la posteridad.
Iban Gustavo y Don Pancho sobre el volquete celeste del municipio por la escarpada carretera de la Punta Olimpica conversando muy animadamente sobre  coordenadas y altitudes, cogidos de la carrocería de lata fría cuando intempestivamente  don Pancho disparó una pregunta: “Gustavo, ¿A qué altura estaremos?”. Gustavo que difícilmente se arredra ante los desafíos intelectuales, extendió su mano derecha  de manera horizontal frente a sus ojos y llevándola alineada  hacia el horizonte  respondió: “A la altura de Macuash* don Pancho”.
En otra ocasión cuando Gustavo trabajaba en la construcción de la cámara de carga (reservorio) de agua de la central hidroeléctrica de Jambón, recordando sus días de playa en la Punta (Callao), se encontraba gozando su descanso de mediodía  tirado casi en cueros - pues solo tenía puesto una antigua trusa asegurada con una correa por si las moscas - sobre el canto rodado fumando un cigarro mientras se calentaba, cual lagartija aprovechado al máximo  posible los esquivos rayos del sol de invierno, para darse un chapuzón en el tanque. Cuando se dio cuenta vio, venía un intruso a quebrantar su apacible descanso. Era don Pancho con su característico casco color naranja que venía a curiosear el avance de la obra. Luego del saludo protocolar Gustavo no tuvo otra alternativa que interrumpir su descanso, hacer de guía y conducirlo por el borde del reservorio explicándole al detalle el funcionamiento de cada orificio, conducto, llave y rebose. Estaban en esa, cuando en un descuido de su anfitrión don Pancho hizo un mal movimiento o piso mal y cayó al estanque   con toda su humanidad. Cuando Gustavo volteó solo encontró el casco naranja flotando sobre el agua. En su desesperación, tuvo tiempo de pensar en ajustarse el cinturón que se había puesto para que el agua no le arrabatara la trusa y se zambulló al rescate de don Pancho,  que dicho sea de paso no sabía nadar.  
Con mucho esfuerzo, don Pancho, repuesto del susto intento patalear y con eso consiguió hacer flotar su cabeza lo que facilitó a Gustado ubicarlo. Un par de brazadas y Gustavo que había sido experto nadador en las cálidas playas de nuestro litoral  ya estaba al lado de don Pancho; sin embargo, el peso, el movimiento pesado, y otras peculiaridades  del náufrago no facilitaban el rescate. Después de una titánica tarea pudo conducirlo a la borde de la alberca  y hacerlo trepar mojado y trémulo  de frio. Luego del rescate Gustavo, casi sin fuerzas, con mucho esfuerzo pudo subirse a la ribera  de cemento y cuando se miró solo tenía como prenda la correa marrón alrededor de la cintura, miró con sarcasmo a don Pancho, y lanzó una  carcajada socarrona.
(*) Macuash.- Poblado ubicado al este y a la misma altitud de Chacas .

martes, 18 de octubre de 2011

EL SACRISTAN Y LA MONJA

Cuando vio que su madre ya no se recuperaría y que el día fatal estaba cerca, no tuvo más alternativa que la resignación. Resignación que se manifestó en la decisión de tomar la mortaja bermellón para irse al  pueblo a buscar al cura Corazzola. Este, era uno de esos  curas resueltamente locos e intolerantes que en su redil no permitía otras cofradías que la suya, llegando incluso a perseguir a los evangelistas cual cruzado frenético y arrebatado  tras de los moros impíos. Un día llegó a quemar en plena plaza pública las Biblias  que los infieles y paganos evangelistas invocaban en su mesiánico culto.
Maura había cogido, además de la mortaja  como forma de pago por la bendición de la mortaja, una gallina que tascaba unos granos en el corral. Con la gallina en un sobaco y en el otro la mortaja emprendió  camino hacia Chacas donde moraba en Santo Cura. Luego de vencer la dura cuesta que separaba su casa de Chacas llego al fin a la verde plaza que en ese momento casi podía hacerla pensar que se trataba de la plaza de un pueblo fantasma. Subió camino a la casa del cura, puso la aprisionada gallina  y la mortaja morada sobre el piso, tomo aire y con la esperanza de encontrar al cura tocó la puerta, lo único que respondió fue un largo y sepulcral silencio. El cura no estaba.   
Bajaba hacia a la plaza desalentada cuando de pronto surgió por una puerta azul un rostro de obispillo, a quien consultó sobre la ubicación del cura. Entablose entonces una breve conversación entre ambos resultado del cual fue que Maura ya estaba en la sala de la susodicha vivienda, esperando a la monja del convento de Huari que le había dicho el sacristán que por suerte se encontraba de visita y que tal vez podría bendecir la mortaja.
Mientras, en su dormitorio una robusta y rubicunda mujer cogiendo una sábana blanca    y un tul  negro los adecuaba para  envolver sus robusteces para cumplir como hermana de la Congregación de las Descalzas una bendición a favor de alguien que estaba a punto de encontrase con nuestro señor Jesucristo. En  el caño del patio trasero el autoproclamado sacristán preparaba el agua bendita  en una garrafa pulcramente revestida de oropel por sus bordes, doblaba un paño  blanco y acicalaba algunas flores de cartucho para los  santos oficios que estaban próximos a celebrar entre él y la hermana Indulgencia. En tanto Maura agradecía a Dios,  nuestro salvador, por la suerte de haber encontrado a la monjita para bendición mientras la gallina mancornada  yacía silente con el pico hincado sobre el piso rojo carmín de la sala.
Casi como una ráfaga de aire entró  en la sala la hermana Indulgencia seguida del sacristán, que se había colocado en la cintura un cordón del Señor de los Milagros,  con todos sus utensilios litúrgicos. La hermana Indulgencia con un tono afectadamente extranjero y conminatorio ordenó a la mujer a ponerse de pie y extender entre sus manos la mortaja para proceder a la ceremonia de bendición de la prenda mortuoria. Improvisó un Pater Noster , un  Ave María, gratia plena, unas frases inconexas en latín  solicitó el agua bendita al sacristán que atento  se lo alcanzó. Con la flores de cartucho roció con el agua de la garrafa y nuevamente masculló   unas frases en latín que para los gentiles no está permitido entender y la mortaja estaba ya bendecida; y vengase por aquí la gallina.
Maura se despidió muy agradecida con la firme convicción  que su madre tenía asegurada un boleto a la eternidad en la diestra de nuestro salvador. Entre tanto la monja y sacristán, despojados de su  improvisada indumentaria  se disponían a despellejar la gallina y tomarse un sustancioso caldo a costa de un latín  supuesto.   

martes, 11 de octubre de 2011

AMORES PERROS


Circundando el pequeño pueblo que era Chacas, el Gordo, llevaba a Liz enganchada del brazo cual presa de su  furor amatorio que le nacía de cuando en cuando. La casaca que le había puesto en la cabeza era una exageración que revelaba su obsesión para que no la reconocieran en la oscuridad impenetrable de la noche. Tal vez esa obsesión se justificaba teniendo en cuenta los amigos que tenía. Si por alguna razón del destino se topaba con alguno de ellos y la reconocían, en  la clase y el recreo sería el punto vital de la chacota general. 
Ella casi era remolcada como cuando en la actualidad los policías trasladan casi a rastras a los presos que se esfuerzan por ocultar su identidad mientras la  prensa se regodea. En cada esquina su seboso  raptor se cuidaba, cual espía en plan de escamoteo, de vigilar la presencia humana por las desoladas calles de Chacas. Cuadra a cuadra fueron avanzando atravesando la noche oscura hasta llegar a la puerta desvencijada que a duras penas se sostenía y al abrirse o cerrarse hacia un ruido  imposible de encubrir. Tuvo que cargarla para que sus pasos aparentaran el paso de una sola persona y su madre no notara la presencia de quien había sido raptada voluntariamente.
Al fin ya estaban en el dormitorio y se acomodaron sin hacer ruido ni luz, encontraron al tacto la cama, el bacín debajo de la cama, el antiguo tocadiscos cuya antena la rompió Ucush o tal vez Curu en una borrachera que Francesco no quería recordar. La puerta apolillada dejó oculto lo que pasó; tal vez se dijeron palabras bonitas, versos breves de adolescentes, solo lo saben el Gordo y Liz, raptor y raptada. Pero, la noche que fue breve para ambos se estaba terminado y un rayo de luz azulina ingreso por el orificio que siempre tienen las tapias y los despertó quien sabe muy tarde. Se apresuraron por rehacer la cama y salir hasta la puerta para despedirse. El Gordo despidió  a la moza,  en la que quien ya se insinuaba una ligera carnosidad, con un beso en la frente y un fugaz arrumaco.
Cuando hubo vuelto al cuarto, Francis se dio una siesta mientras esperaba el dulce toque de campana de colegio.  Mientras tanto su madre se puso en pie y empezó el trabajo cotidiano de preparar el desayuno para los bellacos  que eran sus hijos. Cuando entró a la cocina  como un pantallazo estaba al frente suyo el vacío de  los dos jamones que los había cuidado con esmero, pues no estaban en su sitio. Partes de ellos yacían en el piso descarnados por un hocico carnívoro y  voraz. Inmediatamente provocó un alboroto, peculiar en ella,  lanzó acusaciones a diestra y siniestra, acusaciones que fueron inmediatamente refutadas por Néstor, el hijo menor, con el contundente argumento que en la noche había visto en la pared al perro blanco  de la señora Perpetua, madre de Liz,  merodeando  la casa. Frente a un argumento tan contundente, el Gordo, no tuvo otra respuesta sino sonrojarse, con lo que admitía implícitamente que el can de su amada había caído débil frente a la tentación de la carne convirtiéndose así en su delator.         

martes, 4 de octubre de 2011

CASTIGO DE SAN MIGUEL ARCANGEL

               
              El tío de la joven con mucho esfuerzo acarreo sus trastos de calichero a Chinchurajra. Como todos los años quería aprovechar la concurrencia de los fieles de San Miguel Arcángel abogado de los proscritos  del bien para procurarse algún dinero con la venta de emolientes y caliches en esas fiestas de rostros esquivos que convoca el Santo Arcángel vencedor del demonio. Había dejado a su joven sobrina en la casa de Uchcu Rumi confiado en la  decencia de la muchacha.  Sin embargo, una ínfima sospecha de que la joven no era tal, le corroía la mente y le empujaba a retornar inopinadamente para corroborar su confianza de la virtud de la joven y despejar por siempre sus dudas.  
                Mientras el calichero Kuki sufría las consecuencias de sus cavilaciones, en su casa un bulto rollizo traspasaba la puerta con mucha cautela para evitar cualquier ruido, mientras la joven Mery lo esperaba con ansias en su aposento. Era el gordo Francesco que como todas las noches que el calichero salía a ganarse  el pan de pada día,  él ingresaba a la casa a ganarse los favores de la joven Mery.  Apenas ingresó al dormitorio se dispersó toda su gordura para acariciar la suave y tersa piel de Mery. Estaban retozando  como dos niños desplegando toda su inocencia sobre las sabanas de bayeta cuando de pronto escucharon que alguien desataba la aldaba que con tanto afán había logrado asegurar el gordo. El extraño visitante no era sino Kuki el calichero que volvía de Chinchurajra sólo con la intensión de comprobar la virtud de la niña. Le había costado esfuerzo caminar el largo camino pedregoso y lodoso que separaba Chinchurajra de Chacas en plena oscuridad;  pero, ahí estaba como buen tío cuidando la honra y dignidad de la joven sobrina.
                Paso la puerta e ingresó  al dormitorio de su joven sobrina con una vela en la mano. Apenas sus ojos se acostumbraron a la tenue luz que irradiaba la vela pudo ver a su sobrina en cueros  y junto a ella un bulto cubierto con la frazada. ¡Pita¡ caraju¡, ¡Pita caraju¡* gritaba furibundo mientras el bulto se movilizaba como un fantasma en la penumbra. Lo que intentaba Francesco era recuperar sus prendas que estaban debajo de la cama y  así lo hizo mientras recibía correazos por sobre la frazada que cubría su identidad. Luego con la mayor sangre fría posible espero que el tío se descuidara para emprender huida siempre tratando de encubrir su identidad con la frazada.   No bien observó que el tío dedicaba sus golpes a la pobre joven aprovechó para escabullirse a todo correr. Cuando llegó a la puerta calculó que descalzo como estaba por el camino pedregoso el tío lo alcanzaría, así que se escondió tras el muro junto a la puerta y esperó. Tal como había previsto apareció raudamente Kuki y cuando lo tuvo a su alcance lo empujó por la pendiente por entre los rayanes que habían frente a la puerta y con el bollo de ropa en los brazos reemprendió la huida a su casa que estaba dos cuadras. Se metió a su casa y no tuvo que desvestirse para meterse a la cama. Apenas se había introducido en la cama unos desaforados golpes despertaron a todos en la casa. Era Kuki que golpeaba la puerta y que de alguna manera había reconocido al gordo bribón que le había hecho comprender que el mundo no lo que uno piensa que es.
                La mamá del gordo salió al balcón a responder las bravuconerías del tío deshonrado que desde el piso con el puño amenazante acusaba a su hijo de haberse introducido a su casa y deshonrado a su sobrina.   Para responder a la acusación la mamá entro al cuarto y trato de despertarlo pero el gordo estaba profundamente apresado en los brazos de Morfeo. La mamá salió nuevamente al balcón a refutar la descabellada acusación del calichero que como un pichín seguía vociferando en la calle.
                Dice que el diablo hace la olla pero no la tapa, así que siembre las picardías se descubren. Cuando al día siguiente el gordo retornaba del colegio lo espera el Sargento para manifestarle con su voz de lija y a boca de jarro delante de sus compañeros: “Chito, ¡cuando vas a recoger tus calzoncillos del puesto¡”
*Pita.- expresión quechua para preguntar ¡Quién es¡