miércoles, 24 de agosto de 2011

UNA BOTELLA DE RON EN TAYANCOCHA





Quien ama, sufre; quien sufre, lucha; quien lucha, vence.

Las secuelas de la fiesta pueden manifestarse de diversos modos tal vez con un insomnio, sueños alterados por sacudidas esporádicas (lo que en quechua llamamos “utukyay”), nostalgia por alguien,  por la lejana tierra o la Virgen “Mama Ashu”; a quienes ahora se invoca en Facebook. En tiempos idos se sufría e invocaba en secreto en una especie de comunión con el silencio y la discreción que son atributos de Dios.
Sucede, como siempre después de la fiesta, que estábamos intoxicados de alcohol, ruido y desorden y como una forma de desintoxicación cinco casi amigos planeamos desestresarnos producto del desenfreno de la fiesta. Todos residentes en Lima, excepto yo, alquilaron sus caballitos cada uno más mostrenco que el otro, pero igual  nos conducirían a los altas quebradas de Tayancocha. Cada uno llevaba  sus pertrechos en alforjas y en ellas habían viandas desde un jamón hasta una bolsitas de cancha salada; pero, eso sí estaba  prohibido cualquier tipo de licor. Claro después de tanta borrachera mostrarle algo de licor a un resaqueado de una semana de borrachera era como mostrarle la soga al ahorcado.
Cual viajeros de tiempos remotos emprendimos el  viaje pretendidamente  purificador. No hay como después de un periodo intenso de prevaricación  que disfrutar de la naturaleza, de su paz, su quietud y tranquilidad. Sin cohetes estrepitosos, sin beodos inoportunos, sin el retumbar de los bombos y las latas de las orquesta y bandas que te revientan la paciencia, la vida se configura casi la perfección.
El primer trance que tuvimos que lidiar para llegar a la bella laguna a la que mi frágil memoria nos guiaba, fue cruzar un tramo pantanoso en el que el caballo de Arturo se enfangó casi hasta desaparecer. Solo la fuerza hercúlea de nuestro paquidérmico primo Tato pudo rescatar al pobre rocín que salió del fango como un asustadizo ratón del agua. Recuperados del susto reemprendimos el viaje con destino a la laguna azul. No habría pasado media hora cuando Maricela, experta en amansar blancas cumbres; pero, obviamente no toros, se adentró entre los matorrales para hacer pis. Inmediatamente una vaca con una inusual ligereza  se le acercó, hecho frente al cual Maricela con el pantalón a medio izar corrió despavorida exclamando: “Waca, waca,….” creyendo que la vaca venía con ganas de envestir. Solo era una esmirriada vaca que buscaba salada recordando tal vez las esporádicas visitas de su dueño. El siguiente episodio me tomó como protagonista; pues en un tramo escarpado de la ruta mi caballo se encabritó y cayó de espaldas sobre un pequeño cañón que la erosión de lluvia había formado, quedando atracado pataleando mientras yo aferrado a la montura  entre piso y el caballo pedía auxilio. Nuevamente Tato en esta circunstancia fue el protagonista del salvataje.
Más arriba, como no conocíamos el camino, nos introdujimos por una senda regada de matorrales y quenuales medianos que a duras penas, agachados sobre los brutos  y rasando las ramas pudimos seguir la ruta. En ese  apuro es que la casaca de Arturo se enganchó probablemente de una zarzamora y prácticamente se desplumó expulsando por los aires las plumas de ganso de su casaca amarilla pareciendo un alboroto de gallinero.
Pasado el incidente, la laguna que mi memoria recordaba haber visto en el lugar al que llegamos no estaba. Ensayé varias explicaciones a los viajeros; pero. no pudieron convencer de que no les estaba mintiendo. Como ya iba anocheciendo tuvimos que extender la carpa diseñada para dos personas e introducirnos los cinco para evitar el frio y mitigar el cansancio. Después de instalarnos e ingiriendo una frugal cena nos dispusimos a dormir en el estrecho cobertor cada uno dentro de su bolsa de dormir. Tato sacó de su mochila, como de una caja de Pandora, una botella de Ron Cartavio y nos invitó a compartirlo; invitación al que casi al unísono nos negamos. A tanta insistencia negada se tragó sorbo a sorbo íntegramente el ron. No se imaginan lo grotesco que resulto dicha aventura de compartir con un ebrio (“umbriaco” para el gusto de amigo Uruchi) una carpa diseñada para dos y  evitar que éste fomente  un tocamiento  indebido a las damas que dormían el sueño de los justos.
Cuando amaneció, con un resaqueado a bordo, el día estaba peor que el ánimo de mala noche de todos nosotros; así que emprendimos el dulce retorno como dijera Julio César luego de derrotar al rey del Ponto: “Veni, vidi, vici”.

2 comentarios:

  1. GRACIAS PRIMO MANUEL

    gratos recuerdos traes ami mente Los recuerdos más bellos de mi infancia y juventud ademas que tienen que ver con las soleadas tardes de sol en el patio de TUMA , con el inmenso poroto que se divisaba despues de ingresar por el porton, del cual pendía la hamaca firmemente amarrada por papá, huerto hermoso, florido con arboles limas paltos, y su infaltable gallinero al fondo.y el perfume de las limas y los panes caseros y las riquísimo café hecho por MAMA HELENA
    Tiene que ver con las peleas, travesuras y complicidades con mis primos y hermanos, con la espera de mi MAMA HELENA en el cruce de tuma, esperando el regreso de nosotros con el ganado o preocupada por nuestras travesuras.
    Indudablemente tuve una infancia más que felíz. Se la debo a los mayores que pusieron todo el amor y sabiduría para que así fuera...
    ademas a ustedes primo que siempre cuando llegaba a Chacas nos recibían con mucha hospitalidad y cariño. NUEVAMENTE MUCHAS GRACIAS

    VINE ,VI Y VENCI.

    TATO

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  2. Nada, Tato siempre que veo la cosntruccion de ladrillos en lo que fue uno de los huertos de la tie Helena siento que estaban mejor los limoneros que era una especie del jardin del eden. Aunque ya no hay vuelta atrás siempre esos momentos gratos estaron grabados en nuestra memoria. Espero muy pronto escribir sobre conocimos a unas precosas chiquillas en el "Balnerio de Tuma", balneario cercano al "Puerto de Acochaca", jajaja...

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