jueves, 25 de agosto de 2011

CHACAS FIESTA, GANANCIAS Y PÉRDIDAS.

Chacas después de la fiesta

                Todo acto humano colectivo tiende a mutar sea este por influencias externas como la moda, el mercantilismo o por la influencia de los que migran de un lugar a otro. Es natural que así sea; sin embargo, la autenticidad y calidad genuina de la práctica de nuestras tradiciones es nuestro capital, nuestra fuente de originalidad que nos permitirá atraer turistas a nuestro querido Chacas. Dentro de esa lógica de pensamiento quiero hacer una especie de balance de las ganancias y pérdidas de nuestra  fiesta patronal.

                Lo que ha ganado nuestra fiesta es en concurrencia tanto de visitantes estrictamente chacasinos como de otros amigos que por parentesco o amistad se han hecho adictos a la fiesta de “Mama Ashu” y otros pocos  por devoción. Y me parece bien porque esto genera ingresos económicos y ejerce un efecto espiral para el crecimiento del turismo.
                Otro aspecto en el que ganado nuestra fiesta es trascendencia esto gracias a la difusión a través de los medios tecnológicos y en parte a lo referido anteriormente; y obviamente a las facilidades de trasporte que en los últimos años se han mejorado y será mucho más accesible aun con la nueva vía asfaltada.
                Sin duda lo que venimos perdiendo tal vez sea más de lo que hemos ganado y eso realmente debe convocar en todos chacasinos, visitantes, autoridades un proceso de reflexión y rectificación.

                Hemos perdido en el orden. Desde la práctica misma de las festividades. Recuerdo que la fiesta siempre se festejó teniendo como marco el Rompe Calle, La víspera del día central, en día central, aniversario del colegio, la carrera a las cintas y las dos corridas de toros. Y todos estos días se festejaban teniendo en cuenta la participación de todos los niños, adultos, ancianos, cuidando el aspecto de la moral, la tranquilidad y sobre todo el recogimiento. Sin embargo se vienen introduciendo aun serie de elementos aun cuando podrían ser admisibles como efecto de la influencia de los nuevos chacasinos, por su connotación desbordante en el tiempo, el ruido y sobre todo porque desnaturalizan una festividad religiosa necesitan una regulación.
                No me parece justo ni ético que con el argumento de celebrar una fiesta religiosa patronal se exponga a los niños, incluso los adultos,  a una suerte liberalismo a ultranza donde sinónimo de diversión y devoción son la misma cosa y cualquier cosa. Creo que todos de alguna forma nos hemos excedido con creces para vivir la fiesta con “intensidad”, pero creo que, ahora con la cabeza serena debemos poner límites a ciertos desenfrenos en bien de nuestra tan cacareada tradición.
                Si modernidad significa  que un truhán le ponga la cinta robada del cordel al cuello del caballo (cinta que fue regalada con cariño al capitán por una linda chica) me quedo con la tradición. Si innovación significa que un  sujeto venga a fomentar un griterío descomunal  como un macho cabrío pretendiendo cantar hasta la madrugada sin dejar dormir a los verdaderos devotos de “Mama Ashu” me quedo con la Banda hasta una hora razonable. Si quiero gozar hasta el extremo busco que mi gozo no afecte la tranquilidad de los otros.   Chacas este año, como sugiere Raúl Reyes en un comentario a través del Facebook mas parecía un chichodromo que un fiesta a “Mama Ashu”.
               
               
               

miércoles, 24 de agosto de 2011

UNA BOTELLA DE RON EN TAYANCOCHA





Quien ama, sufre; quien sufre, lucha; quien lucha, vence.

Las secuelas de la fiesta pueden manifestarse de diversos modos tal vez con un insomnio, sueños alterados por sacudidas esporádicas (lo que en quechua llamamos “utukyay”), nostalgia por alguien,  por la lejana tierra o la Virgen “Mama Ashu”; a quienes ahora se invoca en Facebook. En tiempos idos se sufría e invocaba en secreto en una especie de comunión con el silencio y la discreción que son atributos de Dios.
Sucede, como siempre después de la fiesta, que estábamos intoxicados de alcohol, ruido y desorden y como una forma de desintoxicación cinco casi amigos planeamos desestresarnos producto del desenfreno de la fiesta. Todos residentes en Lima, excepto yo, alquilaron sus caballitos cada uno más mostrenco que el otro, pero igual  nos conducirían a los altas quebradas de Tayancocha. Cada uno llevaba  sus pertrechos en alforjas y en ellas habían viandas desde un jamón hasta una bolsitas de cancha salada; pero, eso sí estaba  prohibido cualquier tipo de licor. Claro después de tanta borrachera mostrarle algo de licor a un resaqueado de una semana de borrachera era como mostrarle la soga al ahorcado.
Cual viajeros de tiempos remotos emprendimos el  viaje pretendidamente  purificador. No hay como después de un periodo intenso de prevaricación  que disfrutar de la naturaleza, de su paz, su quietud y tranquilidad. Sin cohetes estrepitosos, sin beodos inoportunos, sin el retumbar de los bombos y las latas de las orquesta y bandas que te revientan la paciencia, la vida se configura casi la perfección.
El primer trance que tuvimos que lidiar para llegar a la bella laguna a la que mi frágil memoria nos guiaba, fue cruzar un tramo pantanoso en el que el caballo de Arturo se enfangó casi hasta desaparecer. Solo la fuerza hercúlea de nuestro paquidérmico primo Tato pudo rescatar al pobre rocín que salió del fango como un asustadizo ratón del agua. Recuperados del susto reemprendimos el viaje con destino a la laguna azul. No habría pasado media hora cuando Maricela, experta en amansar blancas cumbres; pero, obviamente no toros, se adentró entre los matorrales para hacer pis. Inmediatamente una vaca con una inusual ligereza  se le acercó, hecho frente al cual Maricela con el pantalón a medio izar corrió despavorida exclamando: “Waca, waca,….” creyendo que la vaca venía con ganas de envestir. Solo era una esmirriada vaca que buscaba salada recordando tal vez las esporádicas visitas de su dueño. El siguiente episodio me tomó como protagonista; pues en un tramo escarpado de la ruta mi caballo se encabritó y cayó de espaldas sobre un pequeño cañón que la erosión de lluvia había formado, quedando atracado pataleando mientras yo aferrado a la montura  entre piso y el caballo pedía auxilio. Nuevamente Tato en esta circunstancia fue el protagonista del salvataje.
Más arriba, como no conocíamos el camino, nos introdujimos por una senda regada de matorrales y quenuales medianos que a duras penas, agachados sobre los brutos  y rasando las ramas pudimos seguir la ruta. En ese  apuro es que la casaca de Arturo se enganchó probablemente de una zarzamora y prácticamente se desplumó expulsando por los aires las plumas de ganso de su casaca amarilla pareciendo un alboroto de gallinero.
Pasado el incidente, la laguna que mi memoria recordaba haber visto en el lugar al que llegamos no estaba. Ensayé varias explicaciones a los viajeros; pero. no pudieron convencer de que no les estaba mintiendo. Como ya iba anocheciendo tuvimos que extender la carpa diseñada para dos personas e introducirnos los cinco para evitar el frio y mitigar el cansancio. Después de instalarnos e ingiriendo una frugal cena nos dispusimos a dormir en el estrecho cobertor cada uno dentro de su bolsa de dormir. Tato sacó de su mochila, como de una caja de Pandora, una botella de Ron Cartavio y nos invitó a compartirlo; invitación al que casi al unísono nos negamos. A tanta insistencia negada se tragó sorbo a sorbo íntegramente el ron. No se imaginan lo grotesco que resulto dicha aventura de compartir con un ebrio (“umbriaco” para el gusto de amigo Uruchi) una carpa diseñada para dos y  evitar que éste fomente  un tocamiento  indebido a las damas que dormían el sueño de los justos.
Cuando amaneció, con un resaqueado a bordo, el día estaba peor que el ánimo de mala noche de todos nosotros; así que emprendimos el dulce retorno como dijera Julio César luego de derrotar al rey del Ponto: “Veni, vidi, vici”.

jueves, 4 de agosto de 2011

¡OLE, TORO!


Algunos piensan que el insulto es un argumento (claro, quién no tiene ideas insulta), que el infundio envuelto en el anonimato puede matar el valor que ellos no tienen, y que la sordidez de su espíritu puede llegar siquiera al piso, pues se equivocan, la mejor medicina para evitar esa esos espíritus malignos que rondan por ahí  como almas en pena, es la risa. Para quienes hablan agazapados en la penumbra de su rencor patológico aquí va una historia que tiene que  ver con la sinceridad de un niño, de quien deben aprender el concepto de sinceridad.
El niño emulando al padre montó el caballo y con cierto de aire de suficiencia empezó a taconear al pobre cuadrúpedo para ponerse a una distancia cercana de su progenitor. El padre con la confianza   que le daba su pretendido ejemplo de hombre de campo y domador iba sin voltear hacia su hijo, como sugiriéndole que debía afrontar las peripecias de jinete con su propio valor.    
Iban a traer el ganado de las altas punas luego de las lluvias de marzo para aprovechar los pastos después de la cosecha. El niño apenas salía de la primera infancia y tenía comprendido que debía aprender los rigores del campo y del manejo de ganado. Así que no tenía otra alternativa que seguir las pautas señaladas por el padre. Le faltaba recorrer sobre  el lomo del pobre jamelgo, al que tenía un cariño especial, unas cuatro horas hasta las alturas de Yurajyaku.  Tras del padre con su cabellera casi dorada iba emocionado de cabalgar, de ver el verde amarillo de los pastos que empezaban a secarse con el verano que se instalaba en después de las azules lluvias del invierno intenso. De ver al torito que el padre le había indicado que sería suyo. Apenas sus fuerzas podían soportar el lazo de cuero trenzado que el padre le había cruzado por el torso; pero, lo llevaba orgulloso de que la gente lo viera y sonriera a su paso.
El frío se fue intensificando cuando empezaron a trepar la zigzagueante cuesta hacia la puna mientras el sol radiante relumbraba en los lejanos picos de los cerros azulinos. El ganado iba apareciendo en el horizonte lo que acicateaba la emoción del pequeño jinete que en el lomo de la bestia iba deleitándose de su imaginación que se confundía con el campo.
Después de unas horas por fin llegaron a Yurajyaku. Desmontaron, acomodaron las cosas, aseguraron el fiambre que estaba compuesto de unas lonjas de jamón, unos panes, un tanto de cancha y botellón de chicha.  Luego se dirigieron a ubicar el ganado, el padre sabía el paraje de cada uno de ellos, aunque eran muchos, lograron ubicar a casi todos y darles la sal que era como un manjar que el ganado buscaba cuando veían un humano; así que, la tarea no fue muy dificil.
Lo difícil era ubicar al ganado arisco  que se encendía en los montes, como algunos de nuestros amigos,  para luego correr o envestir a traición. El padre sabedor de estas mañas de su ganado, los ubicaba con mucha cautela y a veces los laceaba para ir amansandolos; pero otras, las más de las veces, el ganado corría sin rumbo. Estaban en eso de ubicar un torito negro de genio renegado cuando de repente se les apareció otro toro, el barroso que embestía sin mirar a quien. El niño desesperado se escondió detrás de un leñoso quenual mientras gritaba a su padre que hiera lo mismo.  El padre no haría eso, pensaba que debía mostrar a su hijo el valor y la inteligencia para dominar al bruto, entonces reprendió  el temor del hijo. Mientras el padre cogía su lazo con la intensión de atrapar al maloso toro, el niño se desgañitaba de desesperación e impotencia frente al riesgo que corría el autor de su creación.
El toro irrumpió en el claro de entre el matorral que lo  cubría ligeramente y acometió contra el padre que rodó por el  pasto semiseco mordiendo el polvo de la derrota. El toro no contento  con eso arremetió nuevamente y nuevamente, mientras el niño con sus gritos de desesperación solo intentaba tratar de espantar al malévolo toro.
El toro cansado de revolcar al vencido laceador se alejó como quien entendiendo que había cometido una apostasía al envestir a su dueño. El niño vuelto a la tranquilidad y el silencio, como diciéndole a su padre, entre sí, pero en voz alta, solo acertó a expresar: “Toma mierda”