Despues de una Misa de Honras |
Después de algún tiempo de no tener ganas de escribir, repuesto de esta aparenta veda inspiradora, nuevamente me pongo a escribir con el entusiasmo recuperado de que los que me leen lo harán con agrado.
Cuando estábamos aprendiendo en nuestro mundo infantil a comprender el mundo real nos cogió de improviso la noticia que nuestro mundo provinciano cambiaria con la inesperada llegada, por primera vez, de un carro. Y casi fue cierto si no fuera que no muy lejos de Chacas ese mundo soñado ya existía y que solo habíamos logrado ciertas cosas con retraso. Así, sucedió con la Radio, con la Televisión, con el Teléfono y el Celular. (Dicho sea de paso sería bueno que alguien se preocupe en gestionar la mejora del servicio de telefonía celular en Chacas porque realmente es una estafa).
Pero así como viene llegando la comodidad y la tecnología, casi no nos hemos dado cuenta que vamos perdiendo nuestra identidad de pueblo, nuestra cultura, usos lingüísticos, prácticas agrícolas y folklore únicos e inconfundibles con otros de nuestra zona. Y si nos damos cuenta casi no nos importa porque estamos casi convencidos que debemos sacrificar todo eso por la tecnología y la comodidad sin entender que eso que estamos perdiendo es precisamente nuestra potencia como espíritu y nuestra oferta para un mundo globalizado. Es decir queremos ser como el resto para no ser nadie. Por eso queremos una Plaza de Armas como las otras.
Quería hacer todo este introito, medio filosófico, precisamente para hablar de nuestra plaza y una costumbre que gracias a Dios aun se practica en ella.
Yo recuerdo que no hace mucho, llegaban de cuando en cuando gentes cargadas en bestias, como dice una canción de Amparo Ochoa, todos ataviados para una ocasión especial. Y efectivamente, se trataba de algún matrimonio, bautizo misa de honras de alguna familia de Colpa o de esos lares lejanos. Algunas veces dejaban sus bestias en la plaza y otras en algún corral cerca a la población; luego ingresaban a la iglesia para participar del oficio religioso que consagraba el sacramento postergado.
Luego del oficio religioso salían prestos y se ubicaban en algún lugar del verdoso champal de la plaza a servirse una porción de chocho, o bien de salsa y algunas bebidas como anisado, guinda, en fin… que variaba según el bolsillo del oficiante. Después de compartir todo partían raudamente a disfrutar del banquete y fiesta oficial, mientras nosotros pequeños aun nos quedábamos con las ganas de “lajuapacur” (término chacasino equivalente a gorrear, arrimarse sin estar invitado).
No pretendo ser chauvinista ni mucho menos; pero, creo firmemente que todo espacio público tiene una raíz y una historia se entremezclan con la vida de las personas, con sus formas de vida y costumbres y cuando se pierde este elemental vínculo y su continuidad se desprecia el pasado en desmedro de nuestra identidad cultural. Y esto lo digo como destacando algo que leí y que me parece importante, en un mail de Oscar Jaramillo, que casi con nostalgia dice: “Debo sincerarme, que al leer las crónicas de Chacas. Siento que vivir en Chacas fue algo maravilloso… creo que es el único lugar donde pude sentir el frío, la lluvia, el lodo de las chacras cuando de niño trabajaba, el sabor dulce de la papa sancochado acompañado de un poco de ají, el infaltable shicashica en tiempos de verano, las flores del campo en épocas de primavera, la cordillera blanca. y todo fue inolvidable. Pero con el tiempo todo está cambiando drásticamente pero no para bien…”
Qué bueno que un joven desde la distancia nos haga recordar que muchas veces la cercanía a las cosas no nos permite ver el panorama al cual corresponden.