Cuando murió mi abuelo, Santos Falcón, al fin estuvo a mi merced los paquetes de cartas y el archivo de expedientes de su extinta oficina de Juez de Paz. Así que tuve el deleite de leer, a mis anchas, todas las historias que ahí estaban graficadas por puño y letra del anciano de lentes y casi pelado que fue el Juez y mi abuelo. Siempre tuve una estimación muy sincera por él, sobre todo por su inquebrantable aversión al licor y admiración por su devoción a Dios y al Mejoral. Producto de esta ultima devoción fue sin duda fue la causa de su muerte, un cáncer terminal al estomago.
En ese revoltijo de expedientes que tuve, ahora si, ocasión de leer pues siempre estaban como tentándome en la última fila de tablas de la vetusta estantería de su tienda, encontré una denuncia en la que estaban involucrados como víctima su primo y como infractor de la ley su sobrino. Tarea menuda por resolver tratándose de dos parientes cercanos.
Pues el mozalbete, aprovechando el parentesco con la victima arreo sus burros a Acochaca, para timar al tío con el cuento de que por encargo de su papá venía a solicitarle al crédito dos sacos de papas y que no bien tranquilaran las ovejas le enviaría el pago de los sacos de papas con el equivalente en lana de oveja. El tío dado al parentesco con el padre del timador no dudó en atender los dos sacos de papas. Los dos sacos no fueron conducidos a Huayá, que era el domicilio del muchacho, sino a San Luis; los mismos que fueron vendidos inmediatamente dada su buena calidad y la escasez del tubérculo en esa localidad de muchas rajaduras.
Con el producto de la venta el muchacho se aprovisionó de coca, licor y ropa. Paso el tiempo y la lana nunca llegó a la casa del tío. Así que no tuvo otra alternativa que denunciar al sobrino, luego enterarse, a través del padre, que había sido timado por el sobrino. Caso que resolvería, mismo Salomón, el Juez pariente de ambos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario